La Habana de Mario Conde. Parte 2

 

Fotografía © David Alan Harvey 1998

Desde aquella vista de vértigo la vista se adueñaba de una porción exagerada de un mar tentador, cruzado de franjas increíblemente precisas de colores y matices falseados por el azote despiadado del sol veraniego. La serpiente gris del Malecón, tendida bajo los pies de los improvisados vigías, marcaba, en dramático contraste, un arco preciso, opresivo, como si cumpliera con júbilo la misión de servir de barda entre lo circunscrito y lo abierto, entre lo conocido y lo posible, entre lo abarrotado y lo desierto. En toda aquella generosa porción de océano entregada por el montículo de acero y cemento, no se veía una sola embarcación, lo que potenciaba la sensación desoladora de estar asomado a un paraje prohibido y hostil». pág 166 (1)

Fotografía © Raúl Cañibano. De su serie: «Malecón Habanero» 2007

Del lado del mar vio unos arrecifes sumergidos, con toda probabilidad intervenidos por el hombre, pues formaban unas cruces oscuras, definitivamente tétricas; de la parte de la ciudad contempló azoteas, antenas, palomares destartalados, vehículos renqueantes atrapados entre nubes de escapes mortales, árboles carcomidos por el salitre y personas lentas, disminuidas en virtud de una distancia capaz de borrar, incluso, las alegrías y tragedias que los impulsaban. Vidas aplastadas por la perspectiva y tal vez por otras razones más dolorosas y permanentes…” pág. 166 (1)

Fotografía © Manuel Almenares. De su proyecto » Ciudad Heterogénea 2016 – 2019)

Desde hacía un par de años en el paseo central de la avenida habían sentado sus reales las tribus urbanas habaneras, como se habían dado en llamar aquellos ríspidos habitantes de la noche entre los cuales, por haber, resultaba que hasta existían vampiros tropicales. En varias ocasiones Conde había observado, desde la velocidad de un auto o un guagua, siempre con la más absoluta displicencia, la concentración de muchachos que, en especial los fines de semana, se habían adueñado de las noches. Desde el principio le pareció un espectáculo curioso, poco comprensible y bastante singular. Según sabía, todo había comenzado como una reunión callejera de un grupo de aficionados al rock sin otro sitio adonde ir, y, poco después, derivaría en una concentración masiva de aburridos e inconformes, más autoexcluidos que marginados, empeñados en vaciar de sentido el paso del tiempo, revolcados entre charlas, tragos y cierres de noche con un enchufe sexual” pág. 352 (1)

Hastiados y alienados de una jerarquía opresiva, aburridos de todo, autoexpulsados, obsesos anatómicos y musicales de apariencia asexuadas, ándidos, irritados, militantes tribales, anarquistas sin banderas, buscadores de su libertad. Más que por una calle de La Habana, Conde sintió que caminaba por Puerto Marte, por suerte, sin Hilda. Pero aquello era La Habana, una ciudad que por fin se alejaba de su pasado, y entre sus ruinas físicas y morales, prefiguraba un futuro imprevisible” pág. 352 (1)

Nota

(1) Textos extraídos de Herejes de Leonardo Padura.  Maxi Tusquets. Octava Edición 2019 (primera edición 2013)

Acerca de marcelocaballero

Marcelo Caballero. Fotógrafo, poeta
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Una respuesta a La Habana de Mario Conde. Parte 2

  1. marga dijo:

    es muy triste mi país, muy triste ese apartheid en el cual lo ha sumido el socialismo, es muy triste…

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