Vaticano durante el anuncio del nuevo Papa. 2013. Foto: AP |
Para no pecar de apocalíptico con lo que voy a hablar en este post; una nota publicada ayer en El Pais, me dejo bastante satisfecho porque es lo que yo pienso y que , más o menos, es el camino que está tomando en la actualidad el hacer fotos para la gente.
Javier Sampedro, el autor de esta interesante nota, señala en uno de los párrafos finales que “la gente, sobre todo el público joven, utiliza la fotografía no ya como registro gráfico, o como sustituto de la memoria; sino como un lenguaje de comunicación”.
Y aquí me quiero parar un rato.
La fotografía es como todo lenguaje social, una herramienta de interacción humana y por consiguiente de comunicación social. Pero el problema es que si nos quedarnos solo en ese estadio, la consecuencia más inmediata es la vulgarización del lenguaje fotográfico. Algo que ocurre con el uso casi obsesivo que se hace del móvil en cualquier entorno.
La semana pasada pensaba en ello mientras observaba (sin hacer fotos) la magnificencia de la cúpula de San Pedro en el Vaticano, mientras por delante y por detrás la gente hacía fotos con los móviles sin preocuparse por contemplarlo sólo con los ojos. Lo importante era mirar la cúpula a través del móvil. Un detalle que cada vez me fastidia más y me lleva a seguir en mi tesitura de no tener un móvil inteligente.
Sin ir más lejos, el otro día me encontré en las redes sociales con la publicidad de un taller de fotografía de calle que se vendía como un workshop cuyo objetivo fundamental era hacer imágenes callejeras como algo terapéutico y “no importaba la nitidez y la técnica”. De esa manera, seguimos apostando por una fotografía más ligada a razones comunicacionales. Y no está mal, sólo que nos olvidamos de lo más importante: que es un documento con sus reglas internas de composición visual y por ello se merece un respeto como un lenguaje autónomo más allá del comunicacional.
Un tema para debatir y del que no veo soluciones aparentes ante el tsunami de imágenes que llenan las redes sociales cada minuto. Al final de la nota, Sampedro dice: “Hacemos demasiadas fotos? No; pensamos poco.” Y allí tenemos un problema de difícil diagnóstico.
Hasta pronto!
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Totalmente de acuerdo.
Buen post, impecable reflexión, Marcelo. Un abrazo!
Graciias, Rafa!
No he leído el artículo del periódico, pero doy mi punto de vista.
Lo que está claro es que ese tipo de fotografía no se crea con motivos fotográficos reales. La foto en sí misma importa poco, sólo el contenido, el cual se utiliza para un fin concreto. Se hacen fotos con el móvil para algo -¿comunicarse en las redes sociales?- de la misma manera que se escriben mensajes de texto y no son literatura. Reflexionando sobre el asunto, la respuesta más obvia es que se hacen fotos porque el móvil tiene cámara. Sin esa cámara invisible no se harían. Nadie llevaría ni una compacta si no pudieras pulsar tres botones y listo. Pero el motivo de por qué en lugar de ver una escultura se le hace una foto con el móvil y suma y sigue, tiene respuestas sociales y psicológicas más complejas. Está de moda vivir la vida en diferido, verla en una pantalla porque es más cómodo y más seguro. No me importa mi vida, sino lo que los demás piensen de ella. La gente necesita reafirmar su existencia mandando estas misivas sobre sí mismos constantemente: hago foto de la paellada del domingo y bombardeo a mis conocidos para llamarles la atención. Busco su aprobación, su tiempo, su interés fugaz por mí para calmar mi soledad, para engordar mi vanidad. Nada más lejos que la sensación que obtiene un fotógrafo con su cámara cuando bebe y absorbe lo que tiene a su alrededor, cuando quiere tragárselo sin pelar y sólo, lástima, es capaz de generar un documento bidimensional sin capacidad narrativa. La pobre fotografía se ha visto envuelta en esta guerra de egos porque se le da muy bien describir y no hace preguntas. Lo que la mayoría de la gente no comprende es que una fotografía es sólo una representación de la realidad. Y ellos sólo están viviendo la ilusión de su existencia.