Muchas veces las guías previenen al viajero sobre potenciales inconvenientes antes de visitar una ciudad desconocida. Eso me parece muy bien. Y rara vez se equivocan en esa apreciación. Mi crítica es que, a veces, previenen en demasía o pecan de soberbia cultural.
Es el caso de la Lonely Planet de Marruecos edición 2007 en español que me había alertado de una forma muy puntual en un recuadro a la hora de llegar a Fez: “No pare, camine con seguridad y diga: no, gracias a cada uno de los guías falsos que se interpongan en el camino de entrada a la vieja ciudad”.
Con esta información en mi mente, ingresé bien temprano y con cautela por Bab Bou Jeloud, la entrada principal y me intrigó no ver a nadie que me molestara. Quizás por ello, pensé en ese momento que la guía se había equivocado.
Mustafá feliz con mi regalo |
Luego de merodear por las laberínticas calles en busca de algún hotel barato, me paré un poco desorientado justo delante de una pequeña mezquita. Y de la nada, apareció un hombrecillo muy joven que parecía tener una pierna más corta que la otra y caminaba con una renguera muy pronunciada.
Me dio la bienvenida y se presentó como Mustafá. Acto seguido y en un perfecto español me preguntó: “¿cuánto deseas pagar por un hotel?”.
Su gesto instintivamente me pareció auténtico y natural. Por ello me cayó simpático a pesar que era con seguridad un “falso guía” como sugería la Lonely Planet.
Siempre evocaré esos primeros momentos cuando me dejé guiar y, cada 10 metros se daba vuelta para vigilar si me iba para otro lado. Y proseguía su marcha.
Estuvimos buscando una habitación por cerca de una hora y aproveché para conocerlo un poco mejor. Como tantos niños o adolescentes de la ciudad, Mustafá (15 años) dejó la escuela hacía cinco años. Tenía dos hermanas pequeñas y todos vivían con sus padres en las afueras de la ciudad.
No me sorprendió cuando me contó como se ganaba la vida. Lonely Planet ya me había explicado el «método».
Mustafá no quería recibir ninguna propina para guiarme a un hotel. Lo único que deseaba era que al día siguiente me dejara llevar por un poco de turismo comercial. “Si tu no quieres, no entras ni compras, no te voy a presionar” me señaló el chaval. Y así conocí ciertos comerciantes amigos de Mustafá, tiendas de alfombras, algunas curtiembres de las tantas que hay en Fez y muchas ofertas que no acepté. Y él no se molestó. Era lo prometido. Al final del paseo le hice un regalo; no quería recibir ningún dirham.
Cuando volví a mi habitación recordé que uno no debe olvidarse que tiene que respetar las reglas de juego de cada lugar que visita y con ciertos artilugios y prevenciones, el viajero puede pasarla bien y descubrir ciertos aspectos de lugares que si es por las guías, no los podrán conocer como es debido.
Curtiembre – Fez – Marruecos |