Apenas puse un pie en la India por primera vez
la percibí a color, sin lugar a dudas,
no podía fotografiarla en blanco y negro,
era como que algo me faltaba en la imagen.
Estábamos aún en la era analógica
y el problema se agravó ya que me había gastado todos los carretes a color en China y en Nepal
y sólo me quedaban rollos Ilford 100 Asa .
Tampoco tenía reservas, sólo para comer y transporte.
Por ese motivo todo el viaje por el sur de India
lo plasmé, resignado, en blanco y negro.
Sin embargo, a pesar de este crucial impedimento técnico
seguí pensando y percibiendo el maravilloso color que me transmitía el subcontinente indio.
No renuncié a pesar de todo ello.
De esa manera, el blanco y negro se convirtió en un mero disfraz de todo lo que percibí.
Reconozco que en mis primeros años en la fotografía «pensaba» en modo monocromático.
Tenía fascinación por Cartier Bresson o la escuela humanista francesa
y por esa fuerte inspiración, dejaba que me impacten las líneas, las formas, las diagonales;
pero desde que viví la experiencia India
ya no pude disimular mi curiosidad por la increíble luz y color que tiene este país.
Confieso que cada vez que veo estas viejas imágenes,
vuelvo a pintar mentalmente cada claro oscuro, cada cielo, cada textura
por delante de las líneas y las formas.
Soy consciente de esta confesión
para aconsejar a quien se enamore del blanco y negro o del color:
dejen fluir sus emociones,
sean libres para curiosear y no malgasten el tiempo en ambigüedades cromáticas
la fotografía será más sincera como tu propia evolución.
Es el corazón y la pasión lo que dicta
lo demás son sólo obstáculos que no dejan observar con claridad lo que desean.