© Marcelo Caballero
En un principio Varanasi no le ofreció una grata bienvenida a quien viaja. Un taxista lo estafó dejándolo varado en la entrada a la antigua ciudad. Además no sabía como llegar al Kashi Vishwanath Temple conocido como el Templo de Oro y los rickshaws cobraban una enormidad desde donde estaba. Y encima si te negabas a pagar, los choferes no te explicaban como llegar a pie.
Sobre la marcha se unió a un grupo de extranjeros que lo llevaron caminando hasta el laberíntico casco antiguo y al sagrado templo hindú . Y de allí al Trimurti había sólo a un paso. El antiguo hotel se encontraba a la vuelta de la esquina.
A pesar del cansancio del viaje, ingresó al recinto de buen humor. Saludó con amabilidad al conserje y pidió una habitación individual con vista al templo.
El hospedaje era realmente angosto. Los pisos se comunicaban por medio de una escalera de cemento tipo caracol con escalones tan altos que había que hacer un gran esfuerzo para subirlos.
La primera noche transcurrió tranquila. Pero un poco antes del amanecer una envolvente voz femenina se adueñó de sus sueños. Recordó al despertar que era algo extraño. La voz cantaba a capela y lo que entonaba no necesitaba de instrumentos, lo recordaba muy musical.
El siguiente amanecer volvió a ocurrir lo mismo. Entonces, bastante alterado, se dirigió hasta la conserjería y el anciano conserje hindú le comentó que no había escuchado nada aquella madrugada y nadie del hotel se había quejado.
La tercera madrugada fue igual. La sensual voz femenina irrumpió durante su sueño pero esta vez, evocó la imagen de una joven ataviada de joyas y siempre sonriente que le miraba fijamente. “No puedo olvidar su rostro, era muy nítido” señaló quien viaja al conserje esa mañana.
Aún así quiso ser racional con todo ello. Estaba en la India. Era lógico soñar así en un país que anestesia al viajero con imágenes de deidades y músicas religiosas. Claro.
Juró nunca haberla visto. ¡Tanta gente había pasado frente a sus ojos en esos últimos meses!. Sin perder el tiempo quien viaja salió a buscar decidido alguna respuesta.
El calor del mediodía castigaba sin piedad, las calles inundadas de carretas, vacas, vendedores, personas que iban y venían. Todo era lento y esa situación lo irritaba un poco, no podía acostumbrarse tan fácil a la vida de ese país.
Varanasi © Marcelo Caballero
Luego de unas horas, resignado, sin haber hallado lo que buscaba, retornó al hotel por una callejuela desconocida que le atrajo por sus negocios de antigüedades.
Caminó unos metros por la angosta vía cuando frente a él y sólo separados por la vidriera de una tienda, la estatua de una mujer, tamaño natural, prolijamente adornada con joyas era la imagen exacta de la de los sueños.
Conmovido ante ese descubrimiento entró al bazar. Se le acercó lentamente el anticuario y tratando de contener un poco la ansiedad le dijo:
– “Disculpe que lo moleste…me llamó la atención aquella estatua de piedra ¿ la ve?- señaló con su brazo la escultura que estaba a unos metros de él – ¿ Quién es?».
– ¿Aquella? Oh!!! si!!! Parvati. La escultura tiene más de 300 años – respondió el hombre con decisión mercantilista – Es la diosa más poderosa, esposa del gran Shiva , dios de la destrucción antes de la creación perpetua. ¿Quiere comprarla?” – se apresuró a decir el hombre y a quien viaja eso no le molestó. En India todos se apresuran a venderle al extranjero cualquier cosa sin preámbulos.
– “No, gracias – miró la estatua de nuevo con mucho temor – . El motivo por el cual yo estoy aquí es otro. Desde hace unos días escucho una voz femenina que me canta mientras duermo”.
El hindú lo miró incrédulo. Quien viaja habrá pensado que el hombre lo podría tomar por loco y se apresuró a decir: “ya sé que no digo nada especial . Lo raro de todo esto es que me apareció el mismo rostro que el de esa estatua. ¿ entiende?”.
El anticuario ahora pareció disimular su sorpresa. Pero se excusó de forma muy educada y de inmediato se dirigió hacia su escritorio. Quien viaja lleno de vergüenza lo siguió por todo el salón.
Y ya no pudo disimular su ansiedad. “¿Qué dije de extraño?, dígame: ¿ por qué se me aparece?, tiene que decírmelo si sabe algo.”. De pronto el hombre con gestos de fastidio dejó de caminar. Y en unos instantes, se dio vuelta y observó detenidamente al viajero:
– “Mire buen hombre – respiró profundo – no me gusta hablar mucho sobre este tema. Discúlpeme…. ¿dónde tuvo usted esos sueños?”.
– “En un hotel cercano al Templo de Oro” expresó con seriedad quien viaja.
– “ Señor, no sé si hago bien… Es muy complejo explicarlo en poco tiempo. Lo cierto es que ella solo aparece para desearle mucha buenaventura. ¡Pero no trate de hablarle! – le ordenó – Puede ser peligroso, Shiva, puede destruirlo”.
Varanasi © Marcelo Caballero |
Pronto quien viaja se encontró nuevamente a orillas del Ganges. Los peregrinos atestaban la ribera de presencias, rezos y devoción. La fresca brisa del río se topó naturalmente con su cara y le hizo bien. Se sentó en una escalinata y por un largo rato meditó lo sucedido durante todos esos largos y calurosos días. Y ya lo extraño no era tan extraño y lo que parecía tener tiempo y espacio realmente no lo era. Y pensó de nuevo en la imagen de esa hermosa mujer.
De lo único que estaba seguro era que Parvati no era una mujer común y por primera vez los aspectos de una religión lo metamorfosearon hacia una ventana abierta hacia lo desconocido. Hacia un espacio que difícilmente pueda ocurrir fuera de ese lugar.