“El amarillo contempla directamente (en cualquier forma geométrica) inquieta al espectador, le molesta y le excita y descubre el matiz de violencia expresado en el color, que actúa descarada e insistentemente sobre su sensibilidad. Esta característica del amarillo, que tiende siempre a los tonos más claros, puede acentuarse hasta un grado de fuerza y estridencia insoportables para el ojo y el alma. Asi potenciado, el amarillo suena como una trompeta tocada con toda la fuerza o un tono de clarín”
“El azul es el color típicamente celeste que desarrolla profundamente el elemento de quietud. Al sumergirse en el negro toma un matiz de tristeza inhumana, se hunde en la gravedad, que no tiene ni puede tener fin. Al pasar a la claridad, poco adecuada para él, el azul se hace indiferente como el cielo alto y claro. Cuanto más claro tanto más insonoro, hasta convertirse en quietud silenciosa, blanca. Representado musicalmente, el azul claro a una flauta, el oscuro a un violín y el más oscruro a los maravillosos tonos del contrabajo; el sonido del azul en una forma más profunda y solemne se puede comparar al del órgano”.
El blanco es el símbolo de un mundo, donde han desaparecido todos los colores como cualidades y sustancias materiales. Ese mundo está por encima de nosotros que no nos alcanza ninguno de los sonidos. Y ello no es una zona muerta sino, por el contrario, está lleno de posibilidades. El blanco suena como un silencio que de pronto se puede comprender”.
“El rojo, que juega un importante papel en el naranja, le conserva un matiz grave. Se parece a una persona convencida de sus fuerzas y, por eso, despierta una sensación de salud. Su sonido es como el de una campana de iglesia llamando al ángelus, o como un barítono potente, o una viola, interpretando un largo».