Trazar un borde, un marco, no equivale siempre a encerrar o focalizar una cosa para visualizarla…el marco es el lugar de un rito de paso entre condiciones heterogéneas de visualidad – y es en este mismo lugar del rito de paso donde acontece ese lugar, esta chóra para la que buscamos una fábula-. Aquí, la nitidez del corte y de los ángulos sirve, para <desenfocar> el espacio, para indeterminado (ilimitar) un lugar sin embargo restringido.
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Resulta evidente que en Trough the looking-glass ( A través del espejo) de Lewis Carroll es la operación del trough, efecto de agujero y travesía, la que concedía a Alicia la condición esencial de la experiencia: arrojarse, caer en el lugar. Ahora bien, la travesía de Alicia se realizaba, acordémonos, en el mismo momento en que el plano liso y metálico del espejo abandonaba su tranquilizadora precisión, dispensadora de las duplicadas cosas visibles, para, de repente, cambiar a lo borroso y <disaolverse como una niebla de azogue>. De manera constante… nos invitan a no entrar en el bazar surrealista, sino a mantenernos en el pasaje mismo del espacio visible en el lugar visual.
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Y si… trabaja con tanto rigor y tenacidad sobre la condición más <natural> de nuestra visión, a saber, la luz, es porque ahora la percepción – considerada fenomenológicamente – no cesa de jugar sobre los bordes del campo visual y los pasajes para dejarnos allí siempre en extraños estados de turbación.
«Es un error afirmar que los bordes del campo visual proporcionan siempre una referencia objetiva» subraya Merleau – Ponty. «El borde del campo visual no es una línea recta» sino es más bien un momento, una inquieta experiencia de la visión.
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El horizonte sería, en el desierto, el operador mismo de la apertura donde marco e ilimitación van a la par, originando juntos ese < fantasma de cosa apenas cualificado> que llamamos lejanía. El horizonte es una línea, una parada en lo visible del desierto. Pero al mismo tiempo una especie de borde vivo y fantasmal, capaz de nublar nuestra mirada y, de repente, <levantarse> para venir a <tocarnos>. En el horizonte se sitúan, también, los espejismos, e incluso sin ellos sigue siendo el lugar por excelencia donde desierto y deseo riman visualmente.
El horizonte llega a ser así una zona sintomática del tiempo celeste, una zona de tiempo, algo que Husserl evocaba con la misma palabra para designar un saber originario – un saber – horizonte – donde se fundamenta, según él, toda producción, toda obra geométrica.
Nota
Texto extraído de El Hombre que andaba en el color de Georges Didi – Huberman. Capítulo: Caer en la fábula del lugar