En medio de la estación, una muchedumbre de seres envueltos de pies a cabeza rompe en feroz carrera enarbolando folletos y tarjetas. “Los mejores Camel Safaris a los precios más bajos”, grita uno. “Baño privado y agua caliente”, alardean todos.
Al final, escapo a la terraza de un hotel económico ubicado en las afueras y fotografío un alucinante amanecer que revela el alma de Jaisalmer: una imponente fortaleza construida en el 800 DC por los mercaderes que dominaban la ruta de la seda. La dramática estructura que inspiró al gran cineasta indio Satyajit Ray para su película «Fortaleza de Oro», estaba frente a mis ojos.
Fortaleza de Jaisalmer – India |
Después de un pequeño descanso, me encamino a las entrañas de este laberinto amurallado. El estrecho camino de callejuelas zigzaguea hacia lo alto del Monte Trikura.
Dentro de la fortaleza – Jaisalmer – India |
Rajastán es leyenda porque por aquí pasó el gran conquistador Alejandro Magno y por el brillante período musulmán que dejó esta impresionante arquitectura.
Los rayos del sol se cuelan por los callejones y la piedra caliza amarillenta destella polvo dorado, luces color miel. Sin ninguna duda es la ciudad dorada del desierto y así se vende en todas las agencias turísticas.
El cónsul de Jaisalmer – India |
Luego de la reparadora infusión sigo caminando sin rumbo por la fortaleza y de pronto una música resuena etérea desde el umbral. Ante mi, se despliega el más estravagante «haveli» que he visto. Se llama Parwon Ki, una residencia fastuosa (ahora, un hospedaje de lujo) edificada a principios del siglo XIX.
Parwon Ki – Jaisalmer – India |
“Lo que escuchas son poemas persas de amor musicalizados” me comenta el portero de este lugar sólo accesible para turistas con dinero.
De regreso a mi humilde hotel, me ataja el dueño, de unos 30 años, con mirada ambiciosa, llamado Raji. Parece que en India todos se llaman Gazy o Raji.
Me invita a conocer al día siguiente la colina de los «cenotafios», lugar donde están todas las tumbas de los maharajás de Jaisalmer.
De pronto entra en confianza y me dice: “El safari que ofrece el hotel es muy bueno, debería tomar uno”.
Le cuento que estoy seco que sólo tengo para viajar y el hombre me responde como el cónsul: » no hay problemas, amigo».
Pero en este caso, me propone un negocio que me puede beneficiar.
El procedimiento es sencillo. “Tienes que ir a la estación bien temprano y como sos occidental, los turistas te van a hacer más caso a ti que a nosotros. Los convences y los traes al hotel. Del resto nos ocupamos nosotros”.
De esa manera, unos días después viajo junto a un grupo de occidentales felices como yo por el Thar. Allí tomo dimensión de este peculiar desierto subido en unos camellos durante tres días y el recuerdo de lo vivido junto a los locales es algo que no olvidaré jamás.
Desierto de Thar – India |
Hasta pronto!!
La última una gozada, como el relato.
Muchas gracias Agustín!!
SENSACIONAL!!!
Gracias, Raúl!!