Una gran creencia común vincula a ciertos fotógrafos documentales con Edward Hopper. En parte, y con mucha razón, todos ellos guardan fidelidad a la realidad visible
Todos ellos (como yo también) creen que hay un significado oculto en las cosas cotidianas.
Por eso, como místicos de lo trivial, han creado imágenes; uno con el pincel, los otros con las cámaras, que están exactamente en la línea que separa el mundo exterior del mundo interior.
En ese contexto trivial, las personas parecen deambular con la dignidad de la soledad, mudas, sin contacto, sin mirarse…
Sus caras se elevan ásperas y repulsivas como si no estuvieran construídas por los humanos.
Se muestra todo, pero no revelan nada. Una metáfora del sentido visual desgarrada entre las tentaciones de la modernidad, la ciudad, la tecnología, la amplitud.
Metáforas anhelantes y melancólicas. Mágicas y resignadas al mismo tiempo.
«¿qué sería la vida sin esperanzas? Una chispa que salta del carbón y se extingue, o como cuando se escucha en la estación desapacible una ráfaga de viento que silba un instante y luego se calma. ¿eso seríamos nosotros?» Friedrich Hölderlin