Cuando Paco Elvira mencionó en la primera edición de Caja Azul que sus viajes a Irlanda se inspiraron en algunos libros leídos durante su infancia, muchos de los que estábamos allí presentes coincidimos, me supongo, con la visión de Paco.
En mi caso, los libros de Emilio Salgari me despertaron la curiosidad por viajar a la India. También Julio Verne con su Capitán de quince años.
Durante mi adolescencia, iba algún domingo de verano con mi familia, a visitar a unos parientes que vivían en un campo al sur de la provincia de Buenos Aires. Y mientras los mayores conversaban y tomaban unos mates, yo me iba a hurgar a un viejo galpón que estaba repleto de revistas antiguas como Time, Selecciones de Reader Digest, Paris Match. Y me preguntaba: ¿como habían llegado allí, en el medio de la nada?.
Así que durante esas tranquilas tardecitas de campo descubrí la famosa fotografía de Henri Cartier Bresson sobre Cachemira que está aquí abajo y me dije a mi mismo: «allí quiero ir» . Muchos años después, en 1999 viajé a esa región, en un momento no recomendable para ir. Había terminado otra nueva guerra en Kargil y era peligroso. Pero yo fuí igual, de testarudo que soy. Durante mi estancia allí nació el siguiente relato.
El Bar del ruso Munner
No sabía que era ruso cuando lo vio por primera vez sentado junto a una improvisada cocina instalada en la calle. Lo supuso así por su gorro negro típico de los hombres de la Siberia. Su figura imponente merecía respeto al igual que la olla donde fritaba samosas, unas especies de empanadillas rebosantes de verduras y picantes.
Se deleitaba observando como preparaba aquellas “empanadas” que de vez en cuando iban a parar a su boca. De naturaleza bizca confundía a los parroquianos que no acertaban nunca a quien observaba: si a ellos o a sus humeantes vegetales.
Quien viaja habituaba llegar cerca del mediodía y se sentaba siempre al fondo del angosto bar. Los lugareños, musulmanes de atuendos pobres, se acostumbraron pronto a verlo. Hasta usaba un poncho típico de la zona prestado por su guía para llamar menos la atención. El ambiente de dureza que se respiraba allí extrañamente lo alegraba, lo transportaba a la antigüedad. Mientras el ruso Munner (así lo llamaban) seguía con su ritual cotidiano.
En una oportunidad quien viaja se enteró que habían matado a dos personas cerca del puente antiguo donde cruzan las heladas aguas del río Jelhum.
Nadie sabía quien era el autor o los autores de esa masacre. Pero a partir de ese episodio todo cambió en el bar. El ruso casi no hablaba ya mirada de los parroquianos se hizo mezquina, escurridiza, hostil para con el extranjero. Hablaban bajo. Las cosas parecían no andar bien en Srinagar.
Tampoco le llamó la atención cuando un día un joven musulmán discutió con el ruso y se fue a los gritos hacia la calle. En la esquina dos personas parecían estar esperándolo. Entrecruzaron algunas palabras, algunos forcejeos y el joven escapó en dirección al puente. Al intentar cruzarlo unos soldados lo sorprendieron. Se resistió, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Allí lo patearon como a un animal ante la mirada indiferente de todos los que pasaban por allí.
Cinco minutos después lo vino a buscar un jeep militar y desaparecieron. Al rato todo pareció volver a la normalidad. “No problem, my friend ” le dijo paternalista el ruso al tiempo que le ofrecía una samosa recién fritada.
Ningún diario ni local o nacional hizo eco del hecho al día siguiente. Sólo un periodista de una emisora radial local informó sobre el extraño incidente. Y agregó que aquel joven había muerto durante el enfrentamiento y que la policía estaba investigando el asunto ya que supuestamente pertenece a una célula terrorista pro paquistaní llamada Frente de Liberación Islámica.
Por temor o prevención, quien viaja no volvió al bar al día siguiente. Ni durante toda la semana. No se sorprendió además encontrar tiempo después el bar cerrado. Imaginó por imaginar que el refugio de los militantes separatistas habría cambiado de lugar y abriría sus puertas en otro sitio de esta misteriosa ciudad de Cachemira . Y quizás sin el ruso.
¡que historia, Marcelo!
Entiendo que no regresaras al bar…
Gracias, Carlos