Un género cinematográfico precursor de la significancia de un televisor fueron las películas de carretera. Viaje, caminos, moteles de ruta y la presencia fantasmal de la pequeña pantalla revelaba, en el fondo, una realidad emergente: la omnipresencia de este mueble insípido “que habla”, “y “que muestra imágenes” en una cultura cada vez más aislacionista. Y muchos fotógrafos de mediados del siglo pasado comenzaron a mostrar todo ese juego simbólico cada vez más importante en la funcionalidad de las casas hasta un hoy de “aldea globalizada cotidiana”.
Escena de Alicia en las Ciudades (1974) perteneciente a la trilogía road movie de Wim Wenders
“Son como pequeños poemas de odio hábiles, ingeniosos y apabullantes” comentaba Walker Evans en una nota realizada en Harper’s Bazaar en 1963 luego de observar detenidamente The Little Screens, un ensayo fotográfico publicado en la famosa revista americana por el entonces joven y desconocido fotógrafo Lee Friedlander. Quien como si se tratara del protagonista de una road movie, deambulaba, en esa época, por todo el paisaje urbano americano, dándole protagonismo a las pantallas de televisión alojadas en habitaciones de moteles o habitaciones anónimas.
Y lo paradójico de todo ello, es que el tema aún tiene mucha vigencia. Y merece una más atenta reflexión en un contexto actual donde dispositivos móviles, internet, redes sociales convergen en un apabullante ecosistema de entretenimiento e información y la pantalla de televisión aún sigue siendo una deidad entre otras deidades al estilo hindú como nunca se había visto y que sobrepasa al profético universo visual de George Orwell y su 1984.
Lo que estaba ocurriendo en la década del ’50 y especialmente en los ’60 es que ciertos fotógrafos estaban volcando la mirada hacia lo cotidiano y sin darse cuenta estaban rompiendo los modelos tradicionales de cómo representar la realidad a través de la imagen.
Y a su vez, se estaba renovando una nueva manera de mirar y entender el mundo. Y el aparato televisivo y su contenido emergían como presencias espectrales en esa funcionalidad visual.
“Soy una persona normal – comentaba Bill Owens a propósito de la publicación de su influyente libro Suburbia (1973) – no fotografío prostitutas; no fotografío a los oprimidos. Fotografio cuál es el problema en nuestra cultura. Y el problema es que la clase media consume toda esa basura en una sociedad de consumo que no te da ninguna satisfacción”.
Con el paso del tiempo, algunas sociedades como la de Cuba aún muestran en muchas casas de los suburbios de La Habana y otras ciudades los viejos armatostes televisivos como reliquias anticuadas de antes de la revolución a pesar de la llegada impetuosa del plasma y los móviles.
“En Cuba, la televisión parece tener un papel cultural aún más importante que en los Estados Unidos. Durante las horas de transmisión en Cuba, todos los televisores están encendidos. La televisión está encendida durante el día, cuando hay ruido de fondo o el evento principal. Por la noche, cada emisión de la última telenovela es como una fiesta sagrada en la que se reúnen amigos y vecinos. Mi sensación es que ver televisión es una actividad apreciada que todos esperan con ansias, especialmente cuando se transmiten las telenovelas favoritas y las películas de Hollywood” señala la autora.
El discurso visual de lo cotidiano y el aparato televisivo sigue siendo muy atractivo para los fotógrafos contemporáneos. Aún faltan muchos capítulos que añadir sobre la pequeña pantalla y como la fotografía la expresa. Ya seguiremos hablando… hasta pronto!
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