La incipiente noche de verano luce espléndida. El tren a Piombino parte en cinco horas y quien viaja, sentado en un asiento junto al andén, juzga innecesario pagar por una cama en algún hotel barato de Florencia. “¡Va a ser muy divertido esto, flaca!. Deambula tanta gente por acá que no te podés aburrir”. Ella lo mira sorprendida aunque con su silencio aprueba la filosofía barata de su amigo.
De a poco la estación va quedando desierta y los empleados aprovechan para recolectar la basura del día. Entonces, deciden pasar el tiempo que falta en la sala de espera.
“Aquí estaremos bien, podremos dormir un rato tranquilos” dice quien viaja. En el recinto solo había una pareja de ancianos y un poco más allá, una mujer madura que limpia meticulosa sus gafas de carey negro.
Esa sosegada atmósfera de repente cambia. Sin aviso.
Como si se tratara de un animal salvaje, entra una muchacha rubia con cara de pocos amigos y se tira desganada sobre una de las butacas. Al rato, ingresa al recinto un grupo numeroso de exaltados y bulliciosos adolescentes italianos. Y junto a ellos, muchas botellas de cerveza.
©Antonio Boffa |
Pero la frutilla del postre de esta aleatoria reunión la representa un oriental de cabello rojizo que traspasa la puerta de la sala entretenido con un celular pegado a su oreja. El hombre, más bien bajito y con los pelos a lo punk, enseguida llama la atención de todos los allí presentes.
Con indiferencia empresarial se sienta aislado del resto y en menos de media hora hace por lo menos 10 llamados al móvil. Habla a los gritos en chino y después de cada llamada parece estar más enfurecido y más gritón.
Entretanto la fiesta que los teen – agers arman en el medio de la sala está en su pleno apogeo. Improvisan breakdance y cantan cada vez más fuerte, entonados por el alcohol.
Cerca de medianoche aparece la policía.
– Damas y caballeros ¡por favor!… desalojen el lugar – concluye imperativo pero educado el oficial.
Los adolescentes desaparecen con su fiesta por algún sitio de la ciudad; los demás se dispersan por los alrededores. Entretanto los viajeros con la rubia de la cara de pocos amigos rumbean hacia un zaguán ubicado justo al lado de la entrada principal. Allí entre las cabinas telefónicas despliegan las bolsas de dormir y sin muchos preámbulos embolsan sus cuerpos para ver si pueden dormir un rato.
Quien viaja percibe entre media docena de vagabundos dormidos frente a él., a otro “homeless” que , sin importar la presencia de los viajeros, inspecciona uno por uno los bolsillos de los vagabundos para robarles.
Al rato llegan más invitados a la escena: algunos comienzan a transar drogas, otros snifan en las cabinas mientras las prostitutas van y vienen. Un espectáculo dantesco. Y en el medio de todo el oriental de los cabellos teñidos de rojo y su inseparable móvil pegado a su oreja.
Se queda un buen rato allí. Va y viene sin importarle la jungla que lo rodea. Siempre a los gritos. Parece inmerso en otros asuntos más importantes. Se mueve con una libertad que asusta y quien viaja imagina que anda en algo bien turbio.
– Documentos, ¡ por favor! – de pronto irrumpe el mismo oficial de policía y comienza a revisar a los vagabundos.
– ¿Pero…¿dónde está el chino? – pregunta quien viaja entre tanto caos.
– Creo que se subió a un Maserati con los que transaban merca justo antes que llegara la policía.. ¿no los vieron? – señala la rubia cara de pocos amigos que habla por primera vez en la noche.
– Voy a extrañarlo, flaca – le comenta irónico quien viaja a su amiga quien le propina un fuerte puñetazo en el brazo y señala:
– Así que acá no nos íbamos a aburrir, no?, eso me dijiste hace un rato, no? Creo que la sacamos muy… pero muy barata…
(Nota: quiero agradecer al artista Antonio Boffa que con mucha amabilidad y criterio realizó el dibujo que ilustra este relato)