Más allá de la línea
(una radiografía de dos pueblos fronterizo catalanes)
Recuerdo exultante como conocí la obra de Walter Benjamin en la escuela de periodismo en Argentina allá en los ’80 del siglo pasado. Cuando aún no existía Internet y a los libros había que leerlos para conocer algo del mundo cognitivo. O por lo menos, estabas obligado a ello por requerimiento de un buen profesor o para un examen final. Soy un agradecido de “esa obligación” universitaria.
También recuerdo que en la solapa de una obra cumbre del gran pensador alemán: La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica sobresalía su biografía con la clásica foto de su rostro (que ahora está en su wikipedia). Y al final de la escueta nota, se señalaba que murió en 1940 (los aspectos de su muerte aún no están totalmente aclarados y es un enigma) en un pequeño pueblo fronterizo catalán. Y el nombre de ese poblado, en esa época, no me decía nada (porque no vivía aún Catalunya). Sin embargo, la forma en cómo encontró la muerte, me hizo pensar en los efectos colaterales de muchas de las tristes historias de la segunda guerra mundial. Y eso si me decía mucho.
Con toda esa carga emotiva, un día pude conocer Portbou. Y debo reconocer que me impactó profundamente. Y no sólo porque allí encontró la muerte Benjamin sino por toda la huella del esplendoroso pasado ferroviario que hizo famoso al pueblo. Sin ir más lejos, en los años setenta descendían a la espectacular estación local, unos 3.000 pasajeros diarios. Sin embargo, nada de ello se percibe hoy en sus andenes.
Actualmente, este pueblo catalán de apenas unos 1.500 habitantes, me transmite, a través de sus calles y sus casas, una sensación muy grande de desasosiego, de abandono y de pérdida como si las agujas del reloj se hubieran parado para siempre en el tiempo, en algún momento del pasado. Un lugar olvidado de la rica historia reciente, un lugar de límite.
El misterio de una fotógrafa olvidada
Desde que supe de la existencia de Henny Gurland y su hijo (quienes huían junto con Benjamin y un puñado de personas a través de los Pirineos por la llamada ruta Lister rumbo a Portbou); me puse a buscar algún rastro de ella por Internet y no encontré nada o, mejor dicho, casi nada. Sabía que era fotógrafa pero mi búsqueda resultó infructuosa y desoladora. No hay entradas, ni homenajes a su persona en ninguna lengua de wikipedia. Ni tampoco se encuentran muchas imágenes. Como si la historia se la hubiera tragado. Y por supuesto, nada de su producción fotográfica.
Pareciera que los nazis hubieran hecho desaparecer sistemáticamente todo rastro de su trabajo y de la vida de esta judío-alemana que durante esa convulsionada década se implicó fuertemente en política y trabajó como fotógrafa en el diario socialdemócrata Vorwats, el periódico oficial del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Donde, según algunos testigos de época, desarrolló una labor pionera en la introducción de una fotografía en blanco y negro sin ningún tipo de retoques y manipulación. Ni rastro de estas imágenes. Quizás no haya sido una reconocida fotógrafa documental, pero ella estaba orgullosa de su condición y así se presentaba en todos lados.
Sin embargo, a Gurland se la recuerda tangencialmente por haber estado con dos de los más grandes pensadores del siglo XX: Walter Benjamin y Erich Fromm. Una vez más, dos grandes hombres eclipsan la figura de una mujer quedando en suspenso su trabajo y sus posibles aportaciones.
Con Benjamin, Gurland vivió una historia que la marcó para toda su vida. La fotógrafa, como comenté al principio del capítulo, fue una de las acompañantes de la peligrosa huida de Benjamin, a través de los Pirineos, huyendo del acoso nazi. Y también fue testigo directa de la muerte del alemán en un pequeño hotel de Portbou.
Por esos avatares del desconcertante episodio vivido, las autoridades franquistas permitieron ingresar a Gurland en aquella España dictatorial, para finalmente embarcar en Portugal en un barco comercial con destino a Estados Unidos.
“…Mientras tanto, me quedé en la gendarmería con un certificado médico, y el jefe parecía muy impresionado por la enfermedad de Benjamin. Así, las cuatro mujeres obtuvieron el visado (por cierto que hubo que pagarlo, y bien). Yo lo recibí al día siguiente. Tuve que entregar todos los papeles y el dinero de Benjamin al juez, rogándole que lo remitiese todo al consulado americano de Barcelona, adonde la señora Birmann había telefoneado. Le he comprado una tumba por cinco años, etc. No puedo describirte la situación con mayor exactitud. El trance era tal que, después de haberla leído, tuve que destruir la carta dirigida a Adorno y a mí. Se trataba de cinco líneas en las que afirmaba que él, Benjamin, ya no podía más, que no veía salida alguna y que esperaba que se lo explicase a Adorno, así como a su hijo” señala Gurland en una carta que escribió el 11 de octubre de 1940 y que recién se conoció cuando se publicó en el 2007 en Walter Benjamin. Historia de una amistad de Gershom Scholem.
El otro hombre importante en la vida de Gurland fue Erich Fromm. La alemana se casó con él en 1944 y vivieron juntos hasta que la fotógrafa falleció en 1952. Se sabe algo más sobre ella: el Archivo Fromm conserva las cartas que envió a la psicoanalista Izette de Forest durante su exilio americano y el trabajo biográfico: “The Story of my mother: Henny Gurland, 1900 – 1952” escrita por su hijo.
A mi me cuesta creer que a pesar de su condición de testigo de primera mano de dos grandes pensadores del siglo, no haya dejado casi rastros visuales y escritos. Pero lo que me queda claro, es que para Benjamin y Fromm, ella fue muy importante. Y eso es todo un piropo a su historia.
La pequeña Andorra tiene varias caras
Todo cambia a pocos kilómetros de la nostálgica Portbou. Allí, en otro pueblo fronterizo catalán, todo se observa con una dinámica diferente. La Jonquera constituye la principal puerta de entrada de mercancías por tierra de España y un poderoso imán de oferta laboral que atrae a miles de trabajadores de la zona a buscarse la vida en florecientes cadenas de supermercados, tiendas de ropa, de bebidas alcohólicas, gasolineras, restaurantes, y grandes centros comerciales. Sin embargo los efectos colaterales son significativos: destrucción del pequeño comercio, aumento desorbitado de delincuencia y prostitución en gran escala.
En La Jonquera todo es grandilocuente, exagerado para bien o para mal. La expansión económica en los últimos 10 años ha sido desmesurada. Y este pueblo fronterizo de no más de 4.000 habitantes se ha convertido en algo así como una pequeña Andorra, en un lugar más privilegiado (por sus impuestos especiales) que el país pirenaico. Y las ventajas económicas se notan. Es un poderoso anzuelo para unos 8.000 camiones que paran a diario en el pueblo. Además, cada año se despachan más de 200 millones de litros de combustible. Y también atrae a miles de franceses que cruzan diariamente la frontera para comprar licor, tabaco, ropa, embutidos y perfumes atraídos por los precios, hasta un 20% más bajos que en su país.
Pero las consecuencias colaterales de tanta grandilocuencia económica no son nada buenas. “La pequeña Andorra” también es conocida como el “far west (lejano oeste) de las falsificaciones”. Y tanto es así que Estados Unidos la incluyó en el mercado bursátil como un punto negro mundial.
Y no sólo de las falsificaciones se vive en La Jonquera; también es el supermercado del sexo en Europa. Y, a lo largo de los años, ha dejado innumerables episodios propios de una novela negra. Y esta oscura historia, que es de nunca acabar, se sigue escribiendo, impune a todo: a la policía, las leyes, los controles, a los vecinos de toda la vida. En un acto reflejo, si uno escribe <La Jonquera> en Google, lo primero que aparece es el Paradise, el macro prostíbulo por excelencia a nivel europeo que cuenta con más de 100 habitaciones y centenares de prostitutas a pleno rendimiento en su staff. Todo grandilocuente y decadente y en el medio de todo ello, la existencia paradigmática del Museo Memorial del Exilio (MUME) que constituye un espacio para la memoria, la historia y la reflexión crítica. Un centro de interpretación que recuerda los exilios provocados por la Guerra Civil en España y Catalunya. Y es allí en donde encuentro el único punto en común entre estos dos pueblos fronterizos catalanes: el pasado como memoria activa.
En un breve ensayo incluido en La revolución interior, Lev Tolstoi se pregunta para qué recordar el pasado e importunar a la gente con él. El novelista ruso concluye que los horrores del pasado, tan evidentes hoy en su absurda y monstruosa crueldad para nosotros, perviven en el presente con nuevas formas y nombres, no menos absurdos, no menos monstruosos. Como afirmaba Susan Sontag, “hay que permitir que las imágenes atroces nos persigan, porque nos dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, convencidos de que están en lo justo”.
El germen de un proyecto
Después de una década de vivir en Figueres y, a lo largo de todos esos años, fui incrementando las visitas fotográficas a los dos pueblos llevado por la curiosidad de sus peculiares historias. Y pronto me di cuenta que allí tenía la base de un proyecto fotográfico al que titulé MÁS ALLÁ DE LA LÍNEA.
El proyecto se presenta en dípticos: en color (La Jonquera) y en blanco y negro (Portbou). Y así, poco a poco, fue tomando forma ese rompecabezas visual que son esos dos pueblos catalanes unidos por la legitimidad que les da ser fronterizos pero que llevan una dinámica opuesta, antagónica. Y en donde el término frontera se convierte en una “línea móvil” en el que las identidades no están dadas de una vez para siempre y el concepto se abre a préstamos culturales continuos. En el caso de La Jonquera ello se nota más que en Portbou que más que préstamos, lo que tiene son ausencias culturales.
“Que la historia sea continua o discontinua, esto es, que contenga o no en su interior algún tipo de fronteras, es algo que no puede terminarse en sí mismo o por sí solo, sino que depende a su vez de una cuestión anterior, a saber, la de si la historia está hecha únicamente de acontecimientos repetibles o, por el contrario, tienen cabida en ella acontecimientos irrepetibles. Está claro que sólo aceptando en algún grado la irrepetibilidad cabe pensar en la existencia de saltos en lo histórico” comenta, a modo de epílogo, el filósofo y político español Manuel Cruz en Las Fronteras del tiempo.
Hasta pronto!