Siempre me han intrigado aquellas fotografías que insinúan, que dejan más preguntas que respuestas. Pero en una ocasión, lo viví como si se tratara de una insinuación mágica.
Resulta que cada año, en julio, imparto un taller de fotografía en Marrakech y siempre me alojo en el mismo riad. Durante el primero que hice, allá en el 2014, me encontré, en el pasillo de la entrada, con una copia fotográfica de Harry Gruyaert celosamente enmarcada en la concavidad de una pared, casi desnuda de ornamentaciones. Y me llamó poderosamente la atención porque daba la sensación de estar predispuesta para la veneración.
Y en una ocasión les pregunté a los dueños del riad, si me la vendían y nunca me dijeron ni que si ni que no. Solo reían…. Al año siguiente, en mi segundo taller, la imagen de Gruyaert había desaparecido. No la vi más y nadie, en el riad, se acordaba de ella. Ahí, en ese momento empecé a pensar, o a fantasear, que aquella persona que aparece en la imagen del fotógrafo belga era un morabito.
“Me separé del grupo de los ocho ciegos, su letanía aún en el oído, Y había caminado sólo unos pasos cuando me llamó la atención un hombre viejo y cano que se encontraba completamente solo, las piernas algo zambas, mantenía la cabeza ligeramente inclinada y mascaba algo. Tambien él era ciego y, a juzgar por los harapos que cubrían, se trataba de un mendigo. Sin embargo, sus mejillas llenas y de buen color, sus labios saludables y húmedos parecían indicar otra cosa. Mascaba despacio con los labios cerrados. La expresión de su cara era serena. Masticaba con cuidado , como si de un rito se tratara. Esto le deparaba a ojos vistas un gran placer, y mientras le observaba, me llamó la atención su saliva, que debía de ser abundante” La saliva del morabito. Las voces de Marrakech. Elías Canetti