“El borde de la fotografía define el contenido”
John Szarkowski. El ojo del fotógrafo
Esta frase atribuida al director (entre 1962 y 1991) del Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York es una de las claves para entrar de lleno en la composición fotográfica y un faro que guía mi forma de reflexionar a través del rectángulo de la cámara. Y que me hace preguntarme casi sin darme cuenta cada vez que fotografio: qué incluyo y qué excluyo en la imagen.
De todo ello me acordé cuando ví hace unos días Nostalgia (1983) dirigida por Andréi Tarkovski y cuyo director de fotografía fue Giuseppe Lanci.
La cámara en el proceso de construcción del cuadro (o marco) que durante un tiempo bastante largo se quedaba estático es lo primero que me llamó la atención de este film, uno de los más personales del célebre director ruso.
Este tipo de construcción permite delimitar espacialmente la magnitud de la imagen y el movimiento pasa por otras cuestiones, no por el movimiento de cámara y ello genera una experiencia estética superlativa en el observador que “necesita” imaginarse la ilusión del movimiento, la ilusión de pensar cosas que ocurren fuera de ese encuadre.
Y en ese contexto, los sonidos ambientales (como goteos, el sonido del viento) o la irrupción paulatina y lenta de la luz nos invita a pensar en espacios imaginarios. En otras palabras, la actitud del observador tiene que ser necesariamente activa porque Tarkovski te lo propone dejando más preguntas que respuestas en la utilización de esos cuadros estáticos del film.
En ese sentido, lo que Tarkovski me transmite, a través de estas tomas de prolongada duración casi siempre estáticos o que se mueven muy despacio en el film, son experiencias visuales que no dependen de cuestiones lingüísticas como la mayoría de las películas que he visto. Tarkovski busca liberar la ilusión cinematográfica del yugo del “sentido” impuesto por la estructura narrativa de la literatura.
Y este detalle no deja de sorprenderme de este film ya que, en mi caso, me he quedado con la atención fija en la imagen como si esperara algún movimiento brusco o un desenlace inesperado. Esta tensión latente que logra Tarkovski actúa como en ciertos cuadros de Edward Hopper y acentúan la sensación de pensar algo que está afuera del cuadro, me lleva a imaginar y ello no es perder el tiempo. Y esa riqueza espiritual es el gran legado de este film lleno de poesía visual que cada uno interpreta sobre la nostalgia.