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Fotograma de Alicia en las ciudades. 1974
Cuenta la leyenda que Wim Wenders y Robby Muller, como buenos compañeros de ruta, comenzaron a llevarse mejor cuando descubrieron que tenían muchas cosas en común: les encantaba la soledad y la incomunicación que transmitían los cuadros de Edward Hopper , la visión documentalista descarnada de fotógrafos como Walker Evans, William Eggleston o Stephen Shore; y la noción del viaje iniciático como una metáfora de una búsqueda existencial de uno mismo.
Corrían los primeros años de los setenta del siglo pasado y tanto el cineasta alemán como el director de fotografía holandés buscaban afanosamente crear algún film en donde afloraran esos gustos compartidos y que desembocara en algún imaginario visual diferencial a través del desarrollo de un viaje. Y vaya si lo lograron a través de lo que posteriormente se conoció como la trilogía “road movie” de Wim Wenders. Y que encuentro superlativas no sólo por la conexión de la soledad que Wenders y Muller buscaban imprimir a los personajes y sus guiones (muchas veces improvisados), sino por la especial habilidad para el retrato de paisajes desesperanzados (urbanos y rurales) a través de esta trilogía tan especial que conformaron Alicia en las ciudades (1974), Movimiento en falso (1975) y En el curso del tiempo (1976).
“Es una imagen muy bonita pero está todo vacío” le comentó Alicia (la niña <Yella Rottländer > protagonista del primer film de la trilogía) a Philip (Rüdiger Vogler) el otro protagonista cuando le enseñó las polaroid que realizó durante su frustrante viaje por las carreteras de Estados Unidos.
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Fotograma de Movimiento en falso (1975)
La coreografía visual de todos estos films siempre está ligada al movimiento, al devenir, a los planos largos, a los exteriores, a las rutas. Y los motivos visuales típicos de carretera: antiguas gasolineras, sucios y decadentes moteles, solitarios teléfonos públicos, televisores en todos lados y todo ello con un protagonista adulto en crisis, perdido en su vida en búsqueda de reencontrarse con la posibilidad de algún futuro.
Muller logró una cohesión fantástica entre narrativa, atmósfera e imagen utilizando siempre cámaras lígeras en todos los rodajes en exteriores. En ese contexto, se muestra en los tres films como un virtuoso en su tratamiento de la luz y la sombra, y su preferencia por utilizar siempre la iluminación natural es una de sus grandes características como también sus tomas panorámicas o tomas largas. Evita mientras puede, los primeros planos.
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Fotograma de En el curso del tiempo (1976)